¿Puede convertirse un disco aparecido en un desconocido sello lituano y en una edición en vinilo limitada a 300 copias en la revelación del año? En estos curiosos tiempos que vivimos el boca a boca va camino de colocarlo en todas las quinielas.
El batería canadiense Harris Eisenstadt es ante todo un compositor excepcional y extremadamente activo al que le venía siguiendo la pista desde el estupendo The soul and gone (482 music), y que el pasado año tuvo una gran acogida con Canada day (Clean feed), a cargo de su quinteto.
Sin embargo, lo que ha parido aquí no se parece a nada conocido, ni siquiera a sus discos anteriores. La banda es un noneto con una infrecuente combinación de vientos: clarinete, saxo alto, fagot, trombón, tuba y corno francés, más guitarra, contrabajo y batería, con la que nos ofrece un jazz camerístico que parece una versión ultra-cool de la música de Henry Threadgill. Desde la primera escucha nos invade la sensación de estar ante algo asombroso, de ser testigos de una creación imperecedera. Los momentos mágicos se suceden, el emocionante The floating world, el majestuoso Hokusai, o el melancólico Andrew Hill, un tributo a mi músico favorito. Un disco escalofriante.
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