"Tenía un disco de Dizzy titulado 'Woody'n you' y un disco de Jay McShann con Bird, titulado 'Hootie blues'. En ellos fue donde primero oí a Dizzy y a Bird, y no pude creer lo que tocaban. Eran terribles. Ademas tenía un disco de Coleman Hawkins, un disco de Lester Young y uno de Duke Ellington, con Jimmy Blanton en el bajo, que también era de puta madre. Y basta. Aquellos eran todos mis discos." (Miles Davis, Autobiografía).Como en estos recuerdos de juventud de Miles, en otros tiempos la dificultad de acceder a nuestra música favorita hacía que nos conformáramos con unos pocos y selectos discos que oíamos hasta la saciedad.
En cambio, la era del mp3 se caracteriza por una sobreabundancia que alcanza proporciones descabelladas y que va cambiando nuestros hábitos como oyentes a toda velocidad. La llegada del CD, un formato que por de pronto estiró la duración del LP, ya había supuesto una ingente cantidad de música en el mercado, incluyendo en el caso del jazz masivas series de reediciones del período clásico. Sin embargo, siempre quedaban joyas ocultas que permanecían en el olvido. Esas grabaciones también comenzaron a circular por la red con la llegada del mp3, pero no quedó ahí la cosa, prácticamente cada concierto de las bandas más destacadas del panorama actual tenía muchas probabilidades de acabar rápidamente entre sus seguidores, a veces casi de forma inmediata. Algunos músicos respondieron a esta situación tratando de rentabilizar esa demanda ofreciendo este tipo de material para descarga en sus webs: Dave Holland o Bill Frisell son algunos ejemplos recientes.
Difícil no sentirse abrumado por semejante avalancha. El aficionado se encuentra en una situación en que va acumulando música a un ritmo mucho mayor del que es capaz de digerir sin saber qué estrategia adoptar para intentar escrutar su creciente discoteca (el trompetista Dave Douglas se proponía en un post de su blog iniciar una escucha alfabética, una tarea hercúlea naturalmente condenada de antemano al fracaso).
Y en esto llegó la última vuelta de tuerca: Spotify, un servicio de escucha en 'streaming', sin necesidad de esperar a la descarga, de enormes catálogos de las principales multinacionales del disco, pero también de numerosos sellos independientes, lo que unido al concepto emergente de 'nube' amenaza con cambiar para siempre la idea de posesión de música, al poder quedar ésta a nuestra disposición en la red en lugar de tener que almacenarse en nuestro disco duro.
Son indudables las ventajas para el oyente informado y con criterio de tanta oferta, pero no son menos los peligros, uno de ellos lo ponía de manifiesto Jonny Greenwood (Radiohead) en una reciente entrevista, que las escuchas se hagan cada vez más superficiales y la música quede convertida en un mero elemento decorativo. Otro es la hiperespecialización, los estilos se subdividen en parcelas cada vez más específicas, lo que unido al ansia fanática de rastrear absolutamente todo lo grabado por nuestro músico preferido, puede dejarnos encajonados en una escucha sin fin de las giras de Grateful Dead, las grabaciones inéditas de Sun Ra, o la música para películas de John Zorn. Y ya que mencionamos al abanderado de los excesos, otra cuestión es si podemos tomar en serio que cuándo Zorn anuncia su intención de publicar 12 discos en 2010, al moderado ritmo de un disco mensual (como el recibo de la luz), el nivel creativo de su obra no va a quedar mermado por semejante fecundidad, pero me temo que esto daría para tema de otro post.